La tercera no es la vencida...

... es la ganadora.


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Más abajo quema el sol
Por Yuzuriha Himura


- ¿Café?
- No, gracias así estoy bien.
- ¿Cómo fue que llegaste hasta aquí?
- Me sabía el camino.
Estaba en el consultorio de mi psicóloga, Ana.

- Sabes, algo que no puedo soportar es que me digan que hacer, cómo hacerlo y cuando hacerlo.
- Tenías que pagar por tu delito, es parte de…
- ¿Qué delito? ¡Si el muy hijo de puta me violó! Creo que tenía todo el derecho de lanzarlo por las escaleras después de eso.
- Sabes, oficialmente salías mañana.
- ¡Claro que lo sabía!
- Creo que lo que quieres es que te atrapen…
- ¿Y eso qué? Ni les importará, no vendrán.
- Vendrán en 5 minutos así que espera aquí.

Salí de su consultorio, furibunda, pensaba que ella me comprendería. Realmente iba a escapar sólo que no se me ocurrió a donde.
Me quedé esperando en el jardín.
La patrulla llegó y de ella bajó Teresa, la guardia de mi sección, y me puso las esposas.
- ¿No puedo quedarme aquí un rato?
La guardia jaló de mi brazo sin siquiera dirigirme una mirada.
Me pregunto ¿qué pensarán cuando están tan serias? ¿Se repetirán a sí mismas “no la mires, no le respondas” para evitar todo contacto? Bueno, no tengo nada más que hacer que apechugar y subir a la patrulla.

En el reclusorio no me dejan entrar sin una revisión exhaustiva, esto quiere decir que tengo que desnudarme. Me revisa la más lesbiana de todas las guardias, que casualidad. Sinceramente, no me molesta que me toquetee, es el único contacto que tengo con otra persona aquí. Pienso que la extrañaré el día que salga, me confirmaron que, gracias mi conducta, será la siguiente semana.
Las condiciones de las celdas, conforme van cambiándome más cerca de la puerta, van empeorando y cada vez me siento peor, somatizo el hecho de enfrentarme al mundo en el que vivía en el que yo era una ejecutiva de alto nivel con estudios en las mejores universidades del país. Sólo tuve que dejar minusválido a mi jefe para que se me condenara a 5 años en prisión.
El muy hijo de puta tenía más dinero que yo, eso lo arregló todo a pesar de que él me dejara heridas por todo el cuerpo y yo tuviera las de ganar al acusarlo de violación.
No importa, todo se paga en esta vida, aquí en la tierra mientras uno respire y esté conciente. Eso de los pecados, el purgatorio y el infierno son cuentos para niños tarados sin carácter que viven con miedo y mueren sin dignidad.
Saliendo no pienso tomar venganza, ya me harté de eso, ha dejado de ser mi estilo, demasiado dramático para la realidad. Pienso que es mejor que sufra en su silla de ruedas (y se pudra en ella) que matarlo, sería demasiada compasión para con un ser tan inmundo.
Al fin abren mi celda.

- ¿Por qué el cielo es azul? Debería ser verde.
- Las cosas son como son por que así son.
- ¿Y me vas a dejar así nada más?
- No, sólo es tautología.
- Y tú sólo eres psicóloga con especialidad en darle atole con el dedo a las personas.
- Ha terminado tu sesión.
- Yo no he terminado.
- Ni siquiera empezaste, llevas 55 minutos acostada sin decir nada.
- Dame una segunda hora, estaba descansando.
- Tengo pacientes esperando.
- Puedo pagarles a ellos para que se vayan.
- No se trata de eso, no siempre se resuelven las cosas con dinero, además tú no…
- Nueve de cada diez preguntas se resuelven con dinero.
- Ya puedes irte. Nos vemos el lunes.

Salí del consultorio mascullando groserías, quería tirarme al suelo, patalear y hacer rabietas como niño pequeño, quería llorar, me sentía impotente, tanto que, al ver a los demás pacientes en la sala de espera, no pude contener el impulso de sacarles la lengua. Con alguien me tenía que desquitar.

Cuando regresé al mundo laboral no me dieron empleo fácilmente, todo por ser mujer y, encima, ex-convicta.
Me dieron trabajo como secretaria. La misma cantaleta cada día: entrar, pasar la tarjeta, ir al baño sólo en las horas muertas, la desesperación de los clientes, las caras mustias de los que están en la sala de espera, las llamadas del director a su oficina para hacerle un “trabajito”, la firma de salida, las cenas informales a solas, la paga (cuando es quincena), dormir…
Ahora no estoy sola como cuando estaba en el reclusorio, pero cómo desearía estarlo; tengo un novio que me hace la vida miserable con sus reclamos; para ganar dinero extra, cuido del perro de un vecino que muerde y esconde mis zapatos; es ahora cuando mi madre se acuerda que existo y me llama todos los días sin falta para saber si ya hice algo productivo con mi vida o si morí en el intento…
Reconsiderando esta última propuesta, no se me hace tan temible el suicidio.
Escuché alguna vez, de labios de Ana, que si en verdad tienes la decisión de acabar con tu vida no hay nada que pueda detenerte para hacerlo, pero debes hacerlo bien y de una sola vez si no te conviertes en una carga para alguien.
Pienso que de hacerlo sería la única decisión que haya hecho por mí misma y que aparte me conlleve a algo bueno, un descanso de mí y de los demás.

Al día siguiente todo pasa rápidamente: presento mi renuncia, no sin antes reírme de mi jefe que se desangra por la entrepierna. Le hablo por teléfono a mi novio para informarle que me voy a salvar al mundo y que se vaya al cuerno, entonces desconecto el teléfono para privar a mi madre de ese adquirido gusto culpable de cuestionarme cada que descuelgo.
Azoto la puerta del vecino hasta que se digna a abrirla, le aviento a su desquiciado perro junto con todos los zapatos que el muy neurasténico canino destrozó. Sólo espero que él les dé un mejor uso en el cabaret-gay al que asiste con tanta devoción.
Después de media hora de sana risa histérica, agarro mi mochila y voy en busca del lugar ideal para llevar a cabo mi plan. Me detengo en seco al ver el consultorio de Ana.
Es perfecto.
Veo a través de la ventana, ella está en consulta. Puedo esperar.
Entro a la sala de espera y ¡oh sorpresa! tiene una larga fila de pacientes.
No importa. Debo esperar.
La variedad expresiones en los pacientes me hace sentir bien, ninguno está tan contento como yo. La idea de terminar con todo carcome mi tranquilidad y hasta me excita ver el bulto que forma la pistola en mi mochila.
Espero seis horas sudando por todos lados. Rayando dentro de la séptima hora, sale el último paciente despidiéndose de una agotada Ana, que al verme, se da media vuelta y entra a su consultorio.

- Sudas, hasta dejaste una mancha en mi asiento.
- Perdona, estoy nerviosa.
- ¿Qué quieres?
- Un lugar donde morir.
- Bien, no ensucies mi alfombra, ve al baño si te place.
- ¿Cómo puedes ser tan insensible? Traigo una pistola – dije apuntándole.
- Sí, he visto muchas.
- Al menos dime que no lo haga.
- ¿Para qué? Te apuesto lo que quieras a que renunciaste a vivir tu vida antes de entrar a este consultorio.
- No es cierto.
- Estuviste 7 horas allá afuera pensándolo.
- Hmmm…
- No me vengas con ese “hmmm”. Hay tantas personas que llegan queriendo suicidarse que ya no me impresiona.
- ¿Alguna vez te impresionó?
- Sí, tu antiguo jefe, el de la silla de ruedas. Tenías razón, no pudo aguantar su desdicha.
- Hasta en eso me ganó el muy infeliz.
- Me dirijo a la puerta, derrotada. En verdad no quería hacerlo.
- ¿Entonces te irás?
- No… tú serás la culpable de todo esto.

Torpemente, me precipité hacia Ana y, tras una breve lucha, pude meterle la pistola en la boca y jalar el gatillo. No calculé que el disparo traspasaría su cabeza y me daría en el pecho. Casi al instante, mi vista se hizo borrosa y, mientras me desplomaba, pude escuchar a una mujer que gritaba que llamaría a la policía.

Je, tal vez ahora sí me den cadena perpetua.

Carolina Álvarez Carvajal
México 2007

9 comentarios:

Aztecas UDLA dijo...

¡Bravo!

X dijo...

Yo creo que inconscientemente sí lo calculó

Caro Albahaca dijo...

Creo lo mismo

Anónimo dijo...

He leido otras cosas tuyas que me han gustado mas
debo decir que creo que eran mejores
felicidades tambien

Anónimo dijo...

Pues, concuerdo con el anónimo de arriba. Pero me gusta esta. Felicidades.

Caro Albahaca dijo...

Las intrigas para saber quienes son los anónimos... -_-

Luis Alvaz dijo...

¡Felicidades!
Bueno, quizás algún día yo también gane algo, jaja.
Ah, por cierto, yo también soy Álvarez.
Ahora puedo decirte prima, o algo así, no?

Anónimo dijo...

Deberías bannearlos a todos esos anónimos. >=(

Caro Albahaca dijo...

Sí puedes llamarme prima, me agrada la idea de escoger a mis familiares :D
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Sí, debería hacerlo por sanidad mental pero ni como hacerlo. De hecho renuncié a mi blog en CZ por las cuestiones elitistas a la que uno está sujeto en él y me cambié a blogger a fin que todos pudieran comentar... :( ¡qué se le va a hacer!